La naturaleza sabe lo que hace. Y los hombres tratamos
de aprender de ella para resolver los problemas del planeta. Hasta imitando su
funcionamiento. De ahí la última novedad en materia de energía renovable: las
hojas artificiales.
No tienen nervaduras, ni se sacuden en el viento ni caen en
otoño. Y aunque son creadas en un laboratorio, son hojas que cumplen la misma
función que las que la naturaleza hace crecer en los árboles: almacenar energía
del sol.
Las hojas artificiales son capaces de hacer fotosíntesis -es
decir, transformar la energía luminosa en energía química- y generar
“combustible” a partir de los rayos del sol, el agua y el
dióxido de carbono de la atmósfera.
La gran novedad, dicen los expertos, radica en que la
energía almacenada en forma de “combustible solar” tiene mucha mayor densidad
que la que se guarda en baterías o compresores, por ejemplo, y puede
convertirse en una respuesta ante la crisis energética que enfrenta el planeta
por el agotamiento inexorable de los combustibles fósiles.
A primera vista, estas hojas artificiales no tienen mucho
que ver con sus pares naturales. Son negras, hechas de materiales como silicona
y parecidas a una tela fibrosa.
Sin embargo, son capaces de realizar la fotosíntesis de
manera diez veces más eficiente que las que crecen en los árboles. Son
verdaderos generadores de energía, capaces de tomar materias primas muy baratas
para convertirlas en energías durables.
Las hojas artificiales no son un invento nuevo: científicos
chinos y estadounidenses habían ya desarrollado el concepto. Pero hasta ahora
eran demasiado frágiles o caras para presentar una verdadera alternativa
ambientalista, al contrario de éstas que abren nuevos horizontes en materia de
energías renovables.
Calentar una casa o impulsar un carro gracias a la luz del
Sol podría ser realidad en unos años. Si bien, “no existe por el momento un
sistema de fotosíntesis comercial que se pueda usar para competir con los
combustibles fósiles”, los científicos van en camino.
Ante la crisis energética mundial, el Departamento de Estado
de los Estados Unidos consideró “prioritario” este
proyecto y le otorgó un subsidio de US$122 millones para que se lleve a nivel
comercial en los próximos cinco años. Una medida que muestra la voluntad de
lograr una economía basada en recursos renovables.
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