A diario
arrojamos como desperdicios residuos de níquel, cadmio, plomo, mercurio y
litio. Con ellos contaminamos aire y agua, y afectamos la salud publica. Eso
ocurre con las toneladas de pilas que tiramos a la basura sin que haya un
proceso efectivo de reciclaje, proceso que también representa un negocio, es
decir, mediante la recuperación de metales.
Hay países
donde el reciclaje de estos materiales es cuestión de Estado. En España, por
ejemplo, desde hace años existen campañas en las escuelas en las que se insta a
los alumnos a llevar las pilas usadas para su acopio. En Madrid y en otras
ciudades hay recipientes especiales en las calles y el gobierno es socio de
empresas que se dedican a reciclar las baterías.
En el mundo
solo hay seis plantas recicladoras de pilas recargables, en Estados Unidos, Japón,
Alemania, Suecia y dos en Francia.
Las empresas
que reciben residuos tóxicos cobran por hacerlo entre 1.5 y dos dólares por
kilogramo.
Del níquel,
uno de los principales componentes contaminantes, se obtiene níquel electrodo,
que se vende a unos 200 pesos por kilo. Otros metales que se aprovechan son
plata, cadmio y mercurio. Este ultimo, pese a que los precios han caído, se
utiliza en instrumental como termómetros y manómetros que siguen teniendo
demanda, por encima de los aparatos digitales, y cuestan hasta 10 veces mas.
Pero el
acopio es apenas el primer paso en el proceso; no garantiza lo que se hará con
las pilas que, cuando se exponen al aire libre, se rompe el contenedor de los
componentes contaminantes y es cuando estos son desprendidos al aire, tierra y
agua con perniciosos efectos sobre la salud.
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